EL AÑO DE JUAN ORTEGA
La temporada de Juan Ortega: un capote y un embroque para el deleite de la afición
El trianero ha sublimado el toreo a la verónica en su primera temporada como nombre fijo del circuito principal
Las angosturas de su tauromaquia han reventado el embudo. El advenimiento de un torero tan clásico como frágil ha revolucionado los patrones de la tauromaquia actual. Sin necesidad de descerrajar ningún pórtico crucial ni habiendo desorejado a ese animal elemental que eleva a los toreros a la gloria suprema, Juan Ortega ya planea sobre la órbita cimera de la afición. Mientras algunos lo intuyen como un inminente torero de culto, otros le exigen un «pasito más» para darle un tratamiento privilegiado.
Está en boca de todos y lo ha conseguido con ¿muy poquito? Había tardes en las que bastaba con un par de lances, otras en las que erizaba la piel a través de una media verónica,
momentos en los que su inicio de faena transportaba a épocas doradas y cierres en los que su modo de andar por la cara del toro y tocar los costados reconfortaba al que se sentaba en el tendido. Juan Ortega es la pausa y el aliento que ha surgido tras la sofisticación y tensión.
Camarón de la Isla le dedicó estas letras al Faraón de Camas: «Con verte en un quite me sobra / de esos que tú sabes hacer, / y como el toro te embista / ya tienes a la gente en pie». Y con Ortega, salvando unas distancias abismales, ocurre lo mismo. Recordando su temporada 2021 surgen fogonazos de cada tarde en la que se vistió de torero. A bote pronto, sin mirar papeles ni entrar en detalles, se vienen a la mente el toro de Garcigrande que ralentizó con un exquisito embroque a media altura en Vistalegre, el cierre de faena sobre los pies en Leganés, su acompasado y dinámico trasteo en Jerez, el epílogo de resurrección en El Puerto de Santa María, los cinco lances abrochados con una media belmontina en el día de su presentación en Sevilla y la sublimación a la verónica al toro de ‘Juampedro’ en el mano a mano con Morante.
¿Servirá todo eso para consagrarse como figura del toreo? Posiblemente no, pero sólo el tiempo nos ofrecerá la respuesta. De momento ha conseguido lo más difícil: huir del ostracismo. Ha terminado el octavo en el escalafón taurino, distando de aquel puesto 81 que ocupó al cierre del 2018. Sólo en esta temporada ha toreado más corridas (31) que en las siete temporadas que llevaba como matador de toros.
Lejos queda ya su albor de campaña en el jienense coso de Villanueva del Arzobispo, junto a Diego Urdiales y Emilio de Justo. Una imagen que tanto difiere del final de curso: plaza casi vacía, con las restricciones sanitarias del momento. Una tarde aquella en la que los tres diestros tuvieron que tensarse los machos para sobreponerse a las complicaciones que desarrollaron los pupilos de Santiago Domecq. Ortega recibió una cornada envainada al entrar a matar el tercero y salió tras ser intervenido para cortarle una oreja al sexto.
Uno más en la mesa
Tras su resurrección linarense de 2020, Juan Ortega comenzaba el curso desde la parrilla de salida. Tres tardes en la Feria de Abril y otras dos en la Feria de San Isidro (trasladada al coso de Vistalegre) lo avalaban para entrar en todos y cada uno de los carteles de resonancia. Y así llegó su primer compromiso importante: en Carabanchel, junto a Morante de la Puebla y Julián López ‘El Juli’. Aunque no le facilitaran el lucimiento a la verónica, ese día llegó su primer gran toque de atención: un inicio impropio en esta época, doblándose y desbravando la agitada embestida del animal, para después continuar con pases a cámara lenta que se vaciaban en la hombrera contraria. Un estilo natural, armonioso y reposado que conquistó el alma, casi huérfana, de la afición. Sin necesidad de arrastrar las manos ni forzar la figura, Juan Ortega encontró la profundidad a través del estilo más clásico y elegante del toreo. Cómo no estaría que tras pincharlo repetidamente y dar una vuelta al ruedo, le premiaron con una oreja su postrera faena por lo anteriormente acontecido.
Los meses más inciertos y preocupantes de la temporada se iban desarrollando en esa primavera-verano en la que la situación sanitaria no terminaba de estabilizarse y las administraciones continuaban poniendo trabas a la celebración de espectáculos taurinos. Las corridas iban llegando a cuentagotas: Brihuega, Nimes, Morón de la Frontera, Granada, Alicante… y así hasta que el verano floreció y trajo consigo su mejor toreo. Fue en Jerez, en su novedosa feria del mes de julio. Junto a ‘El Juli’ y Roca Rey se reivindicó como torero de cante grande. Frente a los «bien» que escucharon los alternantes, a Ortega le brindó la afición los más sentidos «oles» de la tarde.
Días después llegaría otra de sus obras culmen, casi llegada la medianoche portuense con un sexto toro de Garcigrande. Y así fue engrasándose su turné veraniega hasta la ansiada presentación como matador de toros en la Real Maestranza de Sevilla. Una tarde soñada, sumergido en un cartel que se había confeccionado contra todo sentido: con David Fandila ‘El Fandi’ y José María Manzanares.
Meses antes de aquella presentación, el torero reconocía en una entrevista publicada en ABC de Sevilla que soñaba con torear un toro en la Maestranza «muy despacio». «Que sea uno de esos días en los que brota la sensibilidad. Porque no siempre está uno como debe estar. Que se den las circunstancias, el toro y que surja lo que tenga que surgir».
Y aquello ocurrió y quedó constancia en su carta de presentación: la Banda Tejera sonando y la plaza puesta en pie tras media docena de lapas soberbias, ejecutadas según mandan los cánones del toreo a la verónica: las manos a la altura de la bragueta, la figura erguida y los vuelos embarcando y meciendo la embestida. Y rematadas con una media belmontina tan pura que no le permitió enmendar la zapatilla, siendo por ello arrollado sin consecuencias. Poco más pudo hacer aquella tarde, como si aquello que había hecho supiera a poco…
Pero llegó a sublimar aún más el toreo a la verónica en su histórico recibo al toro ‘Viñero’ de Juan Pedro Domecq en el mano a mano con Morante de la Puebla. Aquella cascada de lances de ejecución perfecta siguen sin poder describirse. Sevilla vibró con ellos como hacía años que no lo hacía. Todos son motivos suficientes para corrobar lo que muchos ya intuían que podía pasar: Juan Ortega cayó de pie en Sevilla, que ya lo considera como uno de sus toreros predilectos. Cerró el trianero su campaña en tierras jienenses, con un festín de orejas en el mano a mano con Roca Rey en Úbeda y finalmente en el coso de la Alameda, sin opciones con la corrida de Domingo Hernández.